“Es
inconcebible” pensaba Selene. “Nadie puede tomar este equipo obsoleto y
llevarlo a la bodega”. Ella tiene que
cargar las cajas, subirlas al elevador y llevarlas hasta el sótano.
Mientras
desciende dentro de la cabina, rodeada de monitores, teclados y CPU´s Selene
piensa en como pudo llegar a tal grado la escases de mano de obra que se ve
obligada ella, una ingeniera en sistemas, líder de proyecto y jefa de
departamento, a hacer el trabajo pesado que le correspondería a sus
subordinados.
No
es que le canse cargar todo el equipo, siente que nadie la respeta allí,
pareciera que solo es una máquina más en
esta compañía.
Selene
se ve el rostro en el espejo de la cabina: se lleva la mano a las arrugas junto
a los ojos, con preocupación constata que la crema que se aplica todas las
noches no esta desapareciendo su resequedad en la piel.
Las
puertas del elevador se abren en el nivel del sótano, tampoco allí hay nadie
que le pueda ayudar. Bloquea el cierre de la puerta del elevador con una caja y
sale a buscar la plataforma de carga.
Selene
recorre los pasillos del sótano jalando la plataforma, buscando un lugar donde
colocar su carga entre muebles en desuso, archiveros, cajas apiladas y
cubiertas de polvo.
En
un rincón de la bodega encuentra una caja que extrañamente le llama la
atención: de madera, dos metros de largo, sesenta centímetros de ancho y
sesenta de alto, cubierta con caracteres japoneses. Se acerca con curiosidad,
puede ver las cintas de embalaje rotas y entre la escritura japonesa aparece en
letras occidentales su propio nombre: “Selene”.
Su
siguiente recuerdo es estar frente al espejo del baño de empleadas untándose
crema para la resequedad de los ojos.
Esa
noche y muchas otras más soñara que abrió la caja y se vio a si misma en ella.
Una versión gastada y obsoleta de Selene, sus defectos más visibles eran las
profundas grietas en la reseca piel sintética alrededor de los ojos.
Comentarios